domingo, 7 de marzo de 2010

LOS DERECHOS DE AUTOR (II)

(Editorial de la revista OCU-Compra Maestra.)

A base de repetirlo, la frase puede sonar a manida, en cualquiera de las tres acepciones que el DRAE atribuye a la palabra (sobada, a punto de pudrirse o trillada), pero no deja de ser cierta: la OCU, desde siempre, ha defendido el derecho de todo autor a obtener el beneficio del valor añadido que su obra aporta a la sociedad.
Pero no es menos cierto que cuando un creador, en cualquiera manifestación de la creación artística, alumbra una obra, lo hace para que se conozca y se disfrute. ¿Sería posible imaginarse a un artista dedicando sus capacidades a escribir un libro o una obra de teatro o a componer una canción para guardar el original en un cajón? El creador necesita del apoyo de quien dé a conocer su creación. Así pues, potenciar el conocimiento de una obra es, sin duda, una contraprestación que, en el mundo en el que nos movemos, puede también traducirse a términos económicos.
Cuando una emisora de radio lanza a las ondas o en un bar suena una canción de un cantante,
cuando un grupo de chavales dedica horas y horas a poner en escena la obra de un poeta, cuando una cadena de televisión coloca un videoclip de un grupo musical, no cabe duda de que la emisora, el bar, el grupo de chavales o la cadena de televisión están haciendo posible que se cumpla la razón de ser de esa obra: contribuir a su conocimiento y rescatarla del olvido. Está aportando a la obra de creación su verdadero sentido: que sea conocida y valorada.
Pretender, como pretenden los gestores de las mal llamadas sociedades de gestión de derechos de autor, que cada vez que una canción suene, que cada vez que una obra de teatro se represente o que cada vez que una melodía se escuche haya que pasar por caja es olvidarse de la verdadera naturaleza de una obra creativa y reducirla a representar el absurdo papel de mecanismo de recaudación, con un indudable impacto en el bolsillo de los consumidores, que, siempre, acabamos siendo los paganos de tanta voracidad.
Quizás no sea tan irracional lo que decía un enfadado propietario de un bar en una entrevista
televisiva: “Así lo que van a conseguir es que me tengan que pagar si quieren que en mi bar se
escuchen sus canciones”.

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