domingo, 29 de marzo de 2009

HAMLET en Madrid

Hace varias semanas vi la representación de Hamlet en Madrid. Quedé impresionado. Desde entonces, quería escribir algo en el blog sobre el montaje y la maravillosa interpretación de Blanca Portillo. Creo que las palabras de Marcos Ordóñez harán mejor esta función. Gracias.


Santa Blanca Portillo sube a los cielos



MARCOS ORDOÑEZ
BABELIA - 28-03-2009

El Hamlet de Tomaz Pandur me daba más miedo que un pedrisco, y un pedrisco posmoderno, que son los peores. ¡Anda que no había hecho yo pocas bromas a costa del teatro de Pandur! Me la envaino gustoso: es un espectaculazo casi operístico que debería girar por medio mundo, como giró en su momento, dejando muy alto nuestro pabellón, la Yerma de Nuria Espert y Víctor García. La compañía es muy desigual y hay unas cuantas escenas encantadas de haberse conocido, pero prima la generosidad, la entrega y el talento, empezando por la soberbia traducción de José Ramón Fernández: limpia, precisa, iluminadora, de las mejores que he escuchado. Cuatro horas que no pesan, material para tres críticas. Enorme y merecido éxito: da gusto, en pleno puente de San José, ver colgado el cartel de "agotadas las localidades" en el Matadero. Público atrapado, seducido, entusiasta, con escasas disensiones. En el centro, siempre, en lo alto, en el mismísimo cielo, la enorme Blanca Portillo, sirviendo una de las mejores y más completas interpretaciones del Gran Danés que he visto en mi vida. Si en La hija del aire montada por Lavelli ya era la pera limonera, aquí hace el triple mortal con tirabuzón, luego les cuento. De momento síganme, que les enseño el espacio, diseñado por el equipo Numen, y cuidado con pisar los charcos. Porque hay charcos por todos lados: estamos en Dinamarca, país más bajo que nunca, y la corte de Elsinor es una isla a punto de hundirse en un mar de espejos, con pasarelas a guisa de istmos, y del cielo penden enormes cortinajes (¡teatro! ¡teatro!) que se mueven como olas y crean nuevas islas, y se abren a secretas recámaras de la mente a la manera de Lynch: impresionante atmósfera, soñada y plasmada con mano maestra. La banda sonora, gentileza del grupo Silence, también es de órdago: gotas mercuriales, reverberaciones, vientos de tormenta, y una partitura con demasiados ecos (Eno, Nyman, Arvo Part, por supuesto Badalamenti, incluso, ay, con deslices a lo Richard Clayderman). Yo creo que no hace falta tanto subrayado pianístico, pero en conjunto tiene potencia lírica y arrebato. De igual modo, en la corte coexisten lo mejor y lo peor. Hamlet y Ofelia viven con sus colegas (Ros, Guil, Horacio y Marcelo) en un mundo aparte, un perpetuo cuarto de juegos, sensual y adolescente, mitad Cocteau mitad Wedekind, si no fuera porque cada tanto a los mozos les dé por los paseítos en bicicleta, contemplados por el marinerito de Querelle, en unos tableaux que de puro estetizantes chapotean en la cursilería. Ros y Guil, con bombines Magritte, se desdoblan en cuatro (Aitor Luna, Eduardo Mayo, Damià Plensa, Santi Marín: mejores en la danza y la acrobacia y la malignidad que en el verso); Félix Gómez es un Horacio con acentos conmovedores aunque faltado de texto, y Laertes es una decepción: Quim Gutiérrez, que arrancó a lo grande en el Lliure (el chapero de Unas polaroids explícitas y luego Romeo), muestra aquí un gran poderío físico pero está sorprendentemente desbravado en escenas clave como el entierro de Ofelia. Tampoco me convence el Polonio de Manuel Morón, al que han marcado una línea de títere gritón y siniestro, con escasos matices y una sola excepción: el interrogatorio a Hamlet. Hugo Silva es un Claudio con potencia y dicción pero muy berreado, y condenado a ser el malo de la película, con los subtextos por montera, tirándose a Ofelia como quien se zampa un donut o asfixiando a su sobrino con un cinto. Atención, sin embargo, a este actor: dará que hablar. Pandur controla y resuelve muy bien las escenas en las que sus intérpretes actores corren el riesgo de perder el resuello y las cadencias del texto: Portillo en su primer monólogo, golpeando un saco de boxeo con toda su rabia, o Claudio y Laertes tramando su plan asesino durante un combate de lucha libre. Más ideas notables: el precioso encuentro con el Espectro en un bar que ni el de El Resplandor. Asier Etxeandía es un fantasma persuasivo y suave, sin truculencias, que alimenta a Hamlet cucharada a cucharada y luego está siempre a su lado, escuchando, guiándole. Lástima que este pedazo de actor, que tan bien dice, diga tan poco: lo compensa a lo grande en el intermedio, cuando La ratonera se convierte en un onírico cabaret berlinés, con Etxeandía cantando por Tom Waits y los cortesanos danzando a caballo entre Weil y Fosse. Y hablemos ya de Blanca Portillo: es difícil extraer un gran momento porque está sublime sin interrupción, pero lo intentaré. Van a ver y escuchar un "ser o no ser" maravillosamente dicho y sentido, con extrema claridad y hondura, y literalmente a pelo: nunca un desnudo integral ha estado tan justificado, y rematado con la preciosa imagen de Narciso contemplándose en el agua. O su repudio de Ofelia, una estupenda Nur Al Levi, con un dolor natural y convincente. Sutil enfoque de la escena: verán cómo modula la imprecación de "¡vete a un convento!" con tres sentidos distintos; primero, susurrado: huye de este mundo. Luego, desesperado: huye de mí. Y el tercero gritado, actuado para la galería de la corte y sus espías: escuchad mi locura. O el careo con Gertrudis, también notable Susi Sánchez, con una elegancia trémula, desconcertada, sacudida por las imprecaciones de su hijo (también le falta texto, como a Horacio). No se pueden dar mejor todas las oscilaciones de la mente y el corazón de Hamlet: la furia vindicativa, la caída tras la muerte de Polonio, la constatación alucinada de la omnipresencia del Espectro. Blanca Portillo es una atleta de los sentimientos y una atleta tal cual: preparar este personaje habrá sido como entrenar para una maratón, con sesiones de esgrima incluidas. Lo dicho: vuelen a aplaudirla porque su Hamlet ya está haciendo historia.


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1 comentario:

nuria ruiz de viñaspre dijo...

yo fue a verla hace casi un mes. Para mí ahí la única bestia salvaje fue Blanca. Un pura Hamlet, sin duda. La disfruté tanto como la música del espectáculo.